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Corrí hasta la cocina y puse agua en un plato. Le sostuve la cabeza mientras bebía, esperaba que pudiera salirse de ésta, yo también esperaba salirme de ésta. Al cabo de un momento traté de hacer que se sostuviera de pie, pero cayó de lado y quedó con sus patitas apuntando al techo. Fui hasta la ventana para que le diera un poco el aire y para animarlo enseñándole un poco el cielo. El aire fresco me sentó bien. El cielo estaba ligeramente nublado, rosa y azul. Hice un nuevo intento y esta vez se sostuvo en pie, me dije que empezábamos a ver el final del túnel. Pero bastó una leve ráfaga de viento, aquel idiota no tuvo fuerzas para agarrarse y se cayó por la borda. Oí un leve ruido sordo. Oh, mierda, pensé, ese golpe va a acabar con él, no ha tenido tiempo de recuperarse, no ha tenido la menor oportunidad.

Salí y rodeé la casa corriendo. Cuando lo encontré, parecía liquidado. Un gato maulló entre los matorrales y yo me agaché rápidamente para recoger a mi compañero.

– ¿Eh, bicho, sigues vivo? -le pregunté.

Abrió un ojo y yo respiré, formábamos un buen equipo los dos, jarnos duros de pelar. Regresamos a la casa. Le di unas gotas de eche, no sé si le gustó, pero yo me tomé el resto de la botella.

Hacia las diez de la noche emprendió el vuelo. Cerré las ventanas, apagué la luz y salí. Al cabo de diez minutos aparcaba delante de la casa de Marc. Llamé y Cecilia vino a abrirme.

– ¡Oh! -exclamó-. ¿Eres tú? Te creía muerto.

– No, no del todo -le dije-. Pasaba por aquí.

– Pues somos afortunados… Tal vez tengas tiempo para tornar algo, ¿no?

Dio media vuelta sin esperarme y la seguí hasta la sala. Hermosa casa. Hermosa chica. ¿Dónde estaba mi puta estrella?

Acababa de sentarme con mi copa y aún no nos habíamos dicho ni una palabra cuando bajó Marc a toda velocidad. Tenía los cabellos revuelto y los pies descalzos. Se metió en la cocina y salió con una botella de coca. Iba a subir de nuevo la escalera cuando me vio. Me sonrió con aire ausente.

– Ah… hola -dijo-. Eh, éste, mira, perdona, ¿eh? Estoy metido de lleno en mi novela, ya sabes. Estoy consiguiendo algo grande.

Asentí con la cabeza mientras alzaba mi copa en su dirección, y al cabo de un segundo ya había desaparecido.

– No sabía que se podía funcionar con cocacolas. Parece estar en plena forma -comenté.

Ella se sentó delante de mí con los ojos brillantes. Le sentaba bien, un poco de intensidad no le hace daño a nadie. Era agradable mirar a esa chica, y dejarse invadir por la extraña hermosura de su cara. Me hubiera gustado arrancarle la cabeza para llevármela a m casa. Es sobre todo la cara lo que me atrae de una chica, sé que voy a pasarme más tiempo con la cara que con lo demás. Yo tenía metida esa música, This must be the place, la oía claramente. Es increíble lo mucho que esa cosa podía afectarme, hasta sentir la caricia del destino. Estaba relajado pero dispuesto a saltar como un gato, tenía varias vidas de reserva.

– ¿Has leído algo de Marc? -me preguntó.

– No, pero conozco su método.

– Esta vez parece que se ha puesto en serio.

– No basta con ponerse. Lo que necesita es no poder dejar de hacerlo. Escribir es lo que queda cuando uno tiene la sensación de haberlo intentado todo.

– Bueno, sí, pero hay algo que tú nunca has intentado, nunca has intentado mirarte realmente. Fuera de ti, no hay nada que te interese. Los demás no te importan nada.

– No creo que sea así -dije yo-, aún no he llegado a ese punto. De lo contrario, explícame qué hago en tu casa.

– Vaya, creía que pasabas por aquí, ¿no? Quizá tenías ganas de perder un rato…

– La verdad es que tenía ganas de verte. Así de fácil.

Sonrió abiertamente.

– Oye, no me lo puedo creer -comentó-. ¿Te has molestado A PROPÓSITO para venir a verme?

– No lo puedes entender.

– Claro, sólo soy una chica un poco tonta, pero igualmente trata de explicármelo un poco.

En aquel preciso momento, Marc hizo otro viaje a la cocina. Esta vez salió con un bocadillo de jamón. Me hizo un gesto.

– Oye, ¿verdad que me perdonas, no? -se excusó.

Asentí con la cabeza y se largó.

– Parece que le ha dado fuerte -dije-. Tiene lo mejor que puede desearse: dinero, una mujer, inspiración…

Ella se levantó sin decir ni una palabara y me sirvió otra copa, una gran copa bien llena. Se quedó plantada frente a mí sin moverse. Me tomé la mitad de mi copa, la dejé y a continuación me incliné hacia delante, crucé los brazos detrás de sus nalgas y apoyé la mejilla en su vientre. Su mano se posó sobre mi cabeza. Me sentí cansado, me pregunté si el paraíso no sería la inmovilidad total y por qué la vida estaba cortada en rodajas, por qué todo parecía tan fácil, por qué no era siempre así; me pregunté si realmente había algo que valiera la pena a fondo.

Me desplacé un poco para poder atrapar su sexo con mis dientes, pero le di un golpe a la copa con el codo y se cayó encima de la moqueta, dejando una mancha de al menos cincuenta centímetros de diámetro. Cecilia lanzó una especie de gemido animal y me rechazó.

– ¡Oh, no! ¡No es posible! -exclamó.

– ¿Qué no es posible? -pregunté.

Salió disparada hacia la cocina y volvió con un rollo de papel. Arrancó hojas y hojas para secar la mancha.

– Oye -le dije-, ya lo arreglaremos después.

– ¡¡Qué TORPE eres!!

– ¡Coño, olvida eso y ven aquí!

– ¿Lo has visto? ¿Te has fijado? ¡¿Has visto qué PRINGUE?! ¿Cómo voy a poder limpiarlo?

– ¡Santo Dios! ¡Deja en paz la jodida moqueta! ¡Tú Y YO SOMOS SERES HUMANOS!

– Mierda, oh mierda -lloriqueó-. ¿Por qué has tenido que dejar esa copa en cualquier lado?

Estaba a punto de levantarme para zarandearla un poco pero precisamente en aquel momento se presentó Marc. Frunció e ceño al ver la mancha.

– Tío, lo siento -dije.

Sin decir ni una palabra se acercó a la mancha y se agachó para tocarla con el dedo. Tuve la impresión de que a Marc acababan de pegarle con una porra en la nuca.

– ¿Has visto? -le dije.

Volvió hacia mí su cara de zombi. Estaba muy pálido.

– NO… no es nada -dijo.

– Me alegro… Y tu novela, parece que la tienes ya encarrilada,

¿no?

– Cecilia, mierda. ¡Trae agua!

– Sé lo que sientes. Sé lo que se siente cuando te pones a escribirá y la cosa funciona. En esos momentos, nada existe, uno se encuentra realmente aislado del mundo…

Cecilia trajo agua, parecían auténticamente preocupados los dos y me pregunté si habrían recibido alguna mala noticia.

– Tengo que decirte una cosa -comenté-. No tienes por qué ocuparte de mí cuando estás trabajando, no me sentiré insultado, sé perfectamente que nada más cuenta en momentos así…