El sol desapareció detrás de una colina y todo el mundo coi deró que era muy bonito, y yo el primero. Era una luz amarilla temblorosa que se deslizaba entre las hojas muertas y hacía que desprendiera un olor de tierra almibarada. Lucie estaba exa mente delante de mí y yo la miraba mientras sus muslos rozaba uno contra el otro. Me habría gustado tener un puñal en las manos para hundirlo hasta la empuñadura en el tronco de un árbol. El cansancio de la caminata me llenaba de energía.
Llegamos al refugio cuando caía la tarde. Me pareció formidable, en serio, era un lugar realmente maravilloso y yo estaba de excelente humor, la menor cosa me parecía auténticamente divina. Había una cabana grande y un torrente, y un lugar para el fuego de leña. Todo era perfecto hasta en sus menores detalles, y por un momento creí que iba a recibir la llamada de la selva.
Colocamos las bolsas en la cabana y me las arreglé para quedarme un poco retrasado con Lucie, simulando que comprobaba el cierre de mi saco de dormir. La miré mientras se ponía un jersey a la luz de una lámpara de seguridad. Luego se revolvió para quitarse el short y entonces creí morir; no habría desviado la mirada ni aunque un oso gris hubiera surgido a mi espalda. El mundo acababa de hundirse y yo me encontraba a solas con unas pequeñas bragas de seda azul, tensas como un globo de chicle y que centelleaban a la luz.
El guía asomó la cabeza por el marco de la puerta.
– ¡Sevicio de leña! -anunció.
– De acuerdo -dijo ella.
Se puso unos téjanos a toda velocidad y yo tiré mi anorak al suelo como un salvaje.
– Venga, vamos… Coge tu linterna, ¿eh? -dijo ella.
– Ya sabía que me había olvidado algo -me excusé.
– Bueno, no es grave, sólo tienes que venir conmigo.
– Sí, claro, pero de todas maneras es molesto.
Salimos y vi que toda la pandilla se iba hacia la derecha con sus lucecitas en la mano; era casi de noche y en el cielo se estiraban targas nubes moradas. Llevé a Lucie hacia la izquierda.
– Van a rastrear toda la zona -dije-. Tendremos mejores oportunidades por aquí.
– Sí, vamos a hacer un fuego de todos los diablos. ¡Me encanta!
Nos adentramos un poco en el bosque y yo estaba tan nervioso que no necesitaba la linterna para ver con toda claridad. Era un fenómeno muy raro pero que no me preocupaba, me sentía como na lechuza sobrevolando su territorio de caza.
– Ilumíname, voy a recoger ramitas.
Su voz hizo que me sobresaltara. Cogí la linterna y enfoqué la luz sobre ella, me puse a silvar I’ll be your baby tonight para huir del silencio, pero me sentía cada vez más aturdido. Tenía la garganta seca. Me acerqué a ella, que estaba quebrando unas ramas muertas, y me detuve cuando pude notar su olor. Tenía la impresión de estar al borde del abismo.
Se volvió hacía mí con los brazos cargados de ramitas y rne miró sonriendo.
– ¿Que hay? Pones una cara…
Me sentí recorrido por una draga de profundidad y caí de rodillas.
– Oh, Lucie -articulé-. Mierda, Lucie…
Cerré mis brazos en torno a ella y hundí la cara entre sus piernas. Los botones del tejano me hacían daño en la frente.
– ¡Oh, Señor! -exclamó ella.
En aquel momento, soltó el montón de palos encima de mi cabeza y se apoyó en un árbol. Yo froté mis mejillas en sus muslos.
– Mierda de mierda de mierda -iba diciendo yo.
Con mis manos recorría a toda velocidad sus muslos y le apretaba las nalgas. Parecía un tipo dando vueltas sobre sí mismo en medio de un incendio.
– Oh, desabrocha eso -dijo-. ¡Desabróchame eso!
Empuñaba mi cabeza con sus manos y la aplastaba entre sus piernas. Un olor enloquecedor atravesaba la tela y yo ya estaba medio nocaut. Sólo medio. Hice saltar todos los botones.
– ¡Oh, que aire tan puro! ¡Esta noche me vuelve loca! -suspiró ella.
Yo no hablo en momentos así, trato de no dispersarme excesivamente. Pero sé reconocer la Gracia cuando se encuentra a mi lado y, de haber tenido tiempo, me habría estirado en el suelo con los brazos en cruz y habría hundido la nariz entre las hojas muertas para besar la tierra. Tiré del tejano hacia abajo y también bajaron las bragas. Dejé el conjunto en la mitad de sus piernas.
– ¡Jesús, qué bien se está! -murmuró-. Soy una hierba acariciada por el viento.
Levanté los brazos para atraparle las tetas y metí la lengua en su raja. Me soltó la cabeza con un breve suspiro y se agarró al árbol colocando las manos hacia atrás, ligeramente por encima de la cabeza. No tenía celos del árbol y antes de proseguir me separé un poco para mirarla. Era una visión milagrosa la de aquella chica temblorosa amarrada al poste del suplicio, con las piernas cubiertas hasta las rodillas. ¡Qué imagen tan serena! Atrapé su paquete de pelos como si fuera una cabellera aún humeante, me lo acerqué a los labios y me hizo recordar los buenos tiempos pasados. Durante un segundo, se me llenó el cerebro de viejos recuerdos marchitos. Estábamos a punto de dejarnos ir cuando oímos unos chasquidos muy cerca y vi que una lucecita se acercaba peligrosamente. Lancé una especie de aullido interior mientras Lucie se subía las bragas a todo gas. Un pájaro nocturno elevó el vuelo por encima de nuestras cabezas, batiendo las alas. Había creído que iba a tocar la meta, pero cerraba las manos sobre el vacío. ¿Qué vida era esta que te rompía a pedradas los vasos de agua, cuando acababas de atravesar un desierto infernal? Y el otro, ¿qué cono debía de querer ahora? Estaba seguro de que era él. Lo sabía. Era el puto guía, el tipo con sus shorts y su gorrito de lana en la cabeza. Llegó hasta donde estábamos.
– Ah, os estaba buscando -dijo-. Ya tenemos suficiente leña.
– Nos hemos especializado en las ramitas y la leña pequeña -dije yo-. Estábamos haciendo un buen montón.
– No, podéis dejarlo, los otros han hecho un buen trabajo. Mejor haced el servicio de agua.
– Claro que sí, Vincent… Con mucho gusto -dijo Lucie.
– Como gustes, chico -comenté.
Conservé en la boca el sabor de Lucie hasta que volvimos al campamento, y me convencí de que sólo era cuestión de tiempo; ya casi lo tenía. Mientras los demás preparaban el fuego, Lucie y yo cogimos aquellas especies de ridículos cubos de lona y nos dirigidos hacia el torrente. El agua corría entre las piedras con un silbido nervioso. Nos pusimos de rodillas y hundimos los cubos en la corriente helada. Aproveché para deslizar una mano bajo su jersey, Pero ella me la retiró.
– No -dijo-, desde aquí pueden vernos…
– No estamos atracando un Banco, me parece…
– No, pero vamos a excitarnos y total para nada. Además, no es desagradable esperar un poco… La noche es tan hermosa, tenemos todo el tiempo…
Hicimos varios viajes de ida y vuelta con los cubos y, cuando regresamos la última vez, el fuego se puso a crepitar e inundó los alrededores con una luz bastante infernal. Los demás habían preparado la comida y yo repartí unas cuantas cervezas. Todo el mundo parecía contento.
Al cabo de un momento, Vincent me llevó aparte. Parecía un poco enfadado.
– Tienes que saber que eso no termina de gustarme -me dijo.
– ¿Tienes miedo de que le peguemos fuego a la montaña?
– No, no es eso. Pero tú eres nuevo y seguro que hay algo que no has entendido bien.
– A ver, te estoy escuchando.
– Bueno. ¿Sabes?, esta excursión en plena Naturaleza tiene la finalidad de purificarnos, debe ayudarnos a recuperar la relación con una pureza olvidada, tenemos que tomar conciencia de nuestros cuerpo. Me parece que expliqué a fondo todas estas cosas antes de salir, pero tengo la impresión de que no estabas atento.
– No es más que una impresión, te lo aseguro.
– Oye, no me parece que se necesite un esfuerzo espantoso para olvidar la civilización durante cuarenta y ocho horas, ¿no crees?