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Un filtro de amor africano…

Neuman rumiaba como un viejo león inclinado sobre su reflejo. Nicole Wiese había tomado iboga pocos días antes de su asesinato, una fuerte dosis según los análisis del forense, probablemente en forma de esencia. ¿Los frasquitos encontrados en su bolso? ¿Su amigo Stan también traficaba con iboga?

Neuman se marchó corriendo al instituto médico-forense.

Tembo había sido el primer negro en dirigir la morgue de Durham Road. Su corta barba gris recordaba a la de un antiguo secretario de Naciones Unidas, y sus gafas indicaban que era miope, tan corto de vista como un topo. Soltero recalcitrante, a Tembo sólo le gustaban las cosas antiguas, la música barroca y los sombreros pasados de moda, y cultivaba una pasión exclusiva por los jeroglíficos egipcios. Los cadáveres eran para él pergaminos que había que descifrar, marionetas de las que él era el ventrílocuo, sólo él podía hacerlas hablar. No las dejaba de lado hasta haberles extraído todo el significado que encerraban. Era un tipo tenaz, en sintonía con el temperamento de Neuman.

Los dos hombres se instalaron en el laboratorio del jefe forense.

El resultado de la autopsia de Stan Ramphele concluía que la muerte se había debido a una sobredosis de metanfetamina. La hora de la misma era incierta, pero se remontaba a unos cuatro días, es decir, poco después del asesinato de Nicole. La arena que había en la alfombrilla de la camioneta se correspondía con los granos encontrados entre el cabello de la joven afrikáner. También se habían encontrado restos de sal en la piel del xhosa y polen de Dictes grandiflora, una flor más conocida bajo el nombre de wilde iris, lo cual confirmaba lo que ya sabían: Stan y Nicole estaban juntos en el Jardín Botánico…

– Pero lo más interesante lo hemos obtenido de los análisis toxicológicos -dijo el forense-. Para empezar la iboga. Ramphele también la tomó, pero su consumo es más reciente: tan sólo unas horas antes de morir. Es decir aproximadamente cuando se produjo el asesinato de Nicole Wiese. Esa misma esencia está en el interior de los frasquitos hallados en su bolso. Una fórmula muy concentrada, yo no había visto nada igual hasta ahora…

– ¿Una elaboración artesanal?

– Sí. He empezado por preguntarme si esta esencia podía modificar el comportamiento de quienes la consumen, pero los cobayas que han probado el producto no han tardado en quedarse dormidos… -Tembo se mesó la barba-. Entonces me he concentrado en el polvo que le provocó la sobredosis a Ramphele, y he constatado que la misma molécula figuraba en el cóctel que tomó Nicole… La muestra extraída de la casa prefabricada me ha permitido afinar mi investigación. Como todas las drogas sintéticas, la metanfetamina tiene componentes intermedios tóxicos para el cerebro, pero pese a que hemos buscado y rebuscado entre los sustitutos habituales, no hemos logrado saber de cuál se trata. El nombre de esta molécula se nos escapa.

– ¿Cómo explica usted eso? -quiso saber Neuman.

Tembo se encogió de hombros:

– Las mafias suelen ir por delante de la investigación pública, nos sacan ventaja, y sus medios son mucho mayores que los nuestros…

Tembo era un entendido en el tema: desde el LSD y el gas BZ, las innovaciones de las neurociencias y la investigación farmacológica habían abierto mucho los horizontes de lo posible. Hoy en día se sabía cómo reprogramar las moléculas para que actuaran sobre mecanismos determinados que regulaban el funcionamiento neuronal o el ritmo cardiaco. Todo lo relativo a los experimentos estaba cada vez más informatizado, los componentes bioactivos más prometedores podían identificarse y analizarse a una velocidad prodigiosa. Tras experimentar en Irak con drogas que agudizaban la capacidad de vigilancia de los soldados, los militares esperaban ver, en un futuro cercano, efectivos que fueran a combatir atiborrados de medicinas capaces de aumentar la agresividad, la resistencia al miedo, al dolor y al cansancio, y que a la vez suprimieran los recuerdos traumáticos al actuar sobre la memoria mediante procesos de borrado selectivo. Tembo, que seguía de cerca esas líneas de investigación, no era muy optimista. El 11 de septiembre había traído consigo un período de violación de las normas internacionales, en particular en Estados Unidos: allí se proseguía la experimentación, a priori prohibida, con armas químicas, con el pretexto de preservar la pena de muerte mediante inyección letal y el mantenimiento del orden con gases lacrimógenos, pero el «antiterrorismo» se había precipitado en un abismo donde ya no había espacio para el derecho. Los rusos no habían revelado el nombre del agente químico utilizado en el asalto al teatro de Moscú en 2005, y los proyectos de investigación seguían desarrollándose a marchas forzadas y en todos los frentes. Ya a partir de la Primera Guerra del Golfo, el ejército del aire estadounidense planteaba elaborar y diseminar afrodisíacos súper potentes capaces de provocar comportamientos homosexuales entre las filas enemigas; un laboratorio checo trabajaba en la transformación de anestésicos combinados con una serie de antídotos ultra rápidos, lo que luego podrían aprovechar los comandos especiales para proceder a ejecuciones selectivas en medio de una multitud en estado de shock o anestesiada.

Apartadas a causa de efectos secundarios no deseados, miles de moléculas dormían en los estantes de los laboratorios: algunas habían podido caer en manos de organizaciones poco escrupulosas…

Neuman lo escuchaba sin decir palabra. Las mafias abundaban en el país, cárteles colombianos, rusos, mafias africanas, etcétera. Alguna de ellas podía haber elaborado un nuevo producto. La mirada de Tembo se iluminó por fin, como si acabara de descubrir el secreto de las pirámides.

– He probado sus muestras en ratas -dijo, con una sonrisa clínica-. Interesante… Venga a ver.

Neuman lo siguió a la sala contigua.

Sobre los estantes reposaban especímenes en frascos de cristal. Dos ayudantes de laboratorio se afanaban alrededor de las mesas.

– ¿Está preparado el protocolo? -preguntó el jefe forense.

– Sí, sí -contestó una silueta, enigmática bajo su mascarilla-. Empiece por la número tres…

Se dirigieron a las jaulas de ratas, situadas al fondo de la sala. Había alrededor de diez, herméticas, con una ficha que correspondía a cada experimento.

– Esta es la jaula de la que le hablaba antes -dijo el forense-: en la que hemos probado la iboga…

Neuman se inclinó sobre los animalillos: eran media docena y dormían apaciblemente, unos encima de otros.

– Muy lindas, ¿verdad…? -Tembo señaló la jaula vecina-. Sobre esta jaula hemos diseminado el polvo hallado en el domicilio de los hermanos Ramphele. Las ratas que ve están actualmente en fase número uno: es decir, que han inhalado el producto hace poco tiempo.

Neuman frunció el ceño. En la jaula reinaba una agitación anárquica; la mitad de los especímenes daba vueltas sobre sí mismos a toda velocidad, los demás copulaban, en medio de una enorme confusión.

– Violación, comportamientos desviados, erotomanía… Tras un lapso de tiempo de dos o tres minutos, las parejas y las jerarquías han saltado por los aires, como puede usted observar, con total naturalidad… La fase número dos es algo menos pintoresca.

En la jaula siguiente había una decena de ratas que correteaban con aire despavorido.

– Apatía, pérdida de referencias sensoriales, repetición de actos carentes a priori de toda lógica, desunión del grupo, comportamientos asociales, cuando no paranoicos… Esta fase puede durar varias horas antes de que los especímenes caigan en un profundo sueño. Las primeras cobayas que ha visto aún no han despertado… En cambio -dijo, con una mirada helada-, mire lo que pasa si se aumenta la dosis…

Neuman se inclinó sobre la jaula, conteniendo el aliento. Detrás de las paredes de cristal se veían decenas de cadáveres, en un estado horroroso: patas roídas, hocicos arrancados, pelaje desollado, cabezas mordisqueadas; los supervivientes, que deambulaban entre toda aquella carnicería, no habían salido mejor parados…