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Neuman indicó a Epkeen que se acercara a echar un vistazo, ellos seguirían andando hasta las dunas, donde una delgada columna de humo se elevaba algo más lejos, barrida por el viento. Brian se fue derecho al bar improvisado, sin quitar ojo a las piernas doradas de la chica que bailaba…

Las ráfagas de viento empujaban las nubes. Fletcher se colocó en la estela de Neuman y lo siguió hasta las dunas blancas.

Flotaba en el aire un aroma a pollo asado, y a algo más que aún no acertaban a identificar. Vieron una caseta de playa con la madera carcomida, una braai [27] instalada al amparo de las corrientes, y dos hombres con gorras de tela que se ocupaban de vigilarla. Neuman evaluó el terreno, no vio más que la cresta de las dunas y a los tipos frente a ellos. Empujado por el viento, el reggae de la cabaña les llegaba a retazos. Neuman se acercó. La puerta de la caseta, entreabierta, se sostenía de puro milagro. Los dos negros, en cambio, estaban plantados muy tiesos en la arena.

– Buscamos a este hombre -dijo Neuman-: Stan Ramphele.

Los tipos trataron de sonreír: ambos tenían los ojos rojos; uno, que era un puro nervio, tenía unos treinta años y los dientes medio podridos por la malnutrición y la droga; el otro negro, más joven, se bebía su cerveza mirando la lata como si el sabor cambiara con cada sorbo.

– No conocemos a ese tipo -dijo, con el aliento cargado de alcohol.

– ¿No? Pues tienen toda la pinta de ser clientes suyos -replicó Neuman-. Stan -insistió-: un camello de dagga que se pasó a cosas más duras…

– No sé, tío… ¡Nosotros disfrutamos de la playa, nada más!

El viento hizo volar las cenizas de la barbacoa. Tenían cicatrices en los brazos, el cuello…

– ¿De dónde sois? -quiso saber Neuman.

– Del township. ¿Por qué, tío?

Fletcher estaba unos pasos detrás, con la mano sobre la culata de su pistola.

– Hemos encontrado a Stan en el interior de su domicilio, una casa prefabricada, con una dosis de polvo como para reventarse las venas -contestó Neuman-. Una mezcla a base de tik. ¿Qué os parece eso, chicos?

– Para contestarle tendría que tener ganas de hablar -replicó Puro-nervio.

Neuman empujó la puerta de la caseta de playa y vio un par de gemelos sobre el suelo cochambroso. Un modelo de lujo que no cuadraba con ese par de desgraciados. Los habían visto venir. Los estaban esperando.

La sonrisa de Puro-nervio se transformó en una mueca, como si adivinara sus pensamientos. Su amigo dio un paso para rodear la barbacoa.

– Tú, quieto -dijo Fletcher, sacándose la pistola de la funda.

Al mismo tiempo, sintió una presencia a su espalda.

– ¡Y tú también!

Alguien apretó un revólver contra su columna. Escondido detrás de la caseta, acababa de surgir un tercer hombre. Neuman había desenfundado su pistola, pero no disparó: la Beretta que apuntaba a Fletcher no llevaba el seguro puesto, y el tipo que la empuñaba tenía los ojos vacíos, de un negro apagado. Era un tsotsi de unos veinte años con el que ya se había cruzado en alguna parte: el otro día, en el descampado, los dos jóvenes que estaban pegando a Simón… Fletcher barrió los alrededores con el rabillo del ojo, pero ya era demasiado tarde: los otros dos tipos habían sacado sendas pistolas del saco de carbón bajo la barbacoa.

– ¡Ya estáis levantando las manos, chavales! -silbó Puro-nervio, encañonando a Neuman con su revólver-. Gatsha, quítale la pipa: ¡despacio!

– ¡Un solo gesto y le meto una bala a tu amigo! -ladró el más joven.

Gatsha avanzó hacia Neuman como si mordiera y le arrancó el Colt de las manos.

– Tranquilizaos…

– ¡Cállate, negro!

Plantándole el cañón en la nuca, el cabecilla desdentado había obligado a Fletcher a arrodillarse, con las manos en la cabeza. Los otros mascullaron algunos insultos en dashiki, con rictus de victoria. El zulú no se movió: Fletcher, exangüe, sudaba a chorros delante de la barbacoa; le temblaban las piernas. Neuman blasfemó entre dientes: Dan estaba flaqueando. Se notaba en la dilatación de sus poros, en el aire de miedo que lo atenazaba y en sus manos, perdidas sobre su cabeza…

– ¡Tú, pégate ahí! -le gritó Puro-nervio a Neuman-. ¡Las manos contra la caseta!… ¿Me oyes, gilipollas?

Neuman retrocedió hasta la caseta de playa y apoyó la espalda y las manos contra la madera agrietada. Gatsha lo siguió. Contuvo el aliento cuando el tsotsi apretó el revólver contra sus testículos.

– Como te muevas un milímetro, te vuelo los cojones y toda la mierda de alrededor…

Joey el joven negro con el que se había cruzado en el descampado, se sacó entonces un cuchillo del cinturón y se lo pasó delante de los ojos:

– Ya nos hemos visto antes, ¿eh, pollo?

Soltó una risa malvada y, de un golpe seco, plantó el cuchillo en la madera podrida. Neuman se estremeció: el tsotsi acababa de clavarle la oreja contra la puerta.

– ¡Que no te muevas te he dicho! -le advirtió el joven, con las venas de los ojos muy dilatadas.

El cañón del revólver le oprimía los testículos. La oreja le ardía, un reguero de sangre tibia corría por su cuello, el cuchillo había atravesado el lóbulo y los cartílagos, manteniéndolo sujeto a la puerta. A unos pasos de allí, Fletcher temblaba bajo las ráfagas de viento, de rodillas, con el revólver en la nuca.

– ¿Qué, pollito, tienes miedo? -Puro-nervio derribó al policía de bruces contra el suelo-. Tienes carita de maricón… ¿Ya te lo han dicho? Poli maricón asqueroso…

El más joven se rio. Gatsha no apartaba el dedo del gatillo.

– ¿Os apetece un pollo a la brasa, tíos? -dijo el cabecilla de la gorra-. ¡Este está en su punto!

– ¡Eh, tío! ¡Pollo a la brasa! Jajá!

– Podríamos darle una oportunidad, ¿no?

– ¡Sí!

– ¡No!

Los dos tsotsis se peleaban por puro placer, pero Gatsha, muy serio, no relajaba la presión sobre los testículos de Neuman.

– ¡Anda, Joey! ¡Trae algo para trinchar el pollo!

Fletcher, tendido ahora sobre la arena, no dejaba de temblar. Joey le tendió un panga [28] a su compañero.

– Dejadlo -dijo Neuman con un hilo de voz, clavado a la caseta de playa.

– Que te den por culo, negro.

Ali lanzó una mirada furtiva a la choza, como si Epkeen pudiera verlo.

– No cuentes con tu amiguito blanco: también nos estamos ocupando de él…

Le pareció distinguir la silueta de Brian a través de la bruma de calor, agitándose en la pista de baile improvisada de la choza… ¿Qué coño estaba haciendo el muy idiota?

Puro-nervio se inclinó sobre el joven policía tendido en el suelo y le pasó el machete por la espalda como para limpiar la hoja:

– Ahora vas a imitar a un pollo… ¿Me oyes? -le susurró al oído-: Vas a imitar a un pollo, o te desangro, mariquita… ¡¿Me oyes?!… ¡IMITA A UN POLLO!