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1999: el juez-presidente Hartzenberg, hermano del presidente del partido conservador sudafricano que oficiaba bajo el régimen del apartheid, reduce el número de cargos a cuarenta y seis.

2001: Basson presenta su defensa sobre la legalidad de su actividad. Varias figuras militares del apartheid aportan su respaldo, entre ellos el general Viljoen, antiguo jefe del Estado Mayor reconvertido en la política nacionalista afrikáner, y Magnus Malan, fiscal general del Estado cuando ocurrieron los hechos. Desaparecen de manera inesperada tres CD que recopilaban datos sobre los experimentos de Basson.

2002: Basson, que se ha declarado inocente en el juicio más voluminoso de la historia jurídica del país, es absuelto por el juez Hartzenberg.

El Estado sudafricano recurre ante el Tribunal Supremo, que deniega un nuevo juicio. Wouter Basson no será juzgado de nuevo. «Un día oscuro para Sudáfrica», declara Desmond Tutu.

Basson vive en la actualidad en un barrio elegante a las afueras de Pretoria. Ha recuperado su actividad como cardiólogo y ejerce en el hospital universitario de dicha ciudad.

NOTA: Joost Terreblanche, coronel del 77° batallón, participó en Project Coast hasta 1993, fecha de su desmantelamiento; era el encargado de las tareas de transporte del material, mantenimiento y seguridad de los locales donde se realizaban las investigaciones.

Neuman dejó el informe de la agente Helms sobre la mesa y miró a Epkeen. Se habían citado en un bar del Waterfront, el complejo comercial construido en los muelles de la ciudad; a dos pasos de la terraza, un grupo étnico de pacotilla tocaba sin ninguna alegría melodías a la carta para los turistas calzados con sandalias. Neuman no les había dicho por qué prefería quedar ahí y no en la central. Janet había acudido sin hacer preguntas, con sus fichas y su uniforme demasiado estrecho.

– ¿Tú qué opinas?

– Lo mismo que tú, gran jefe -contestó Epkeen-. Nos han dado pistas falsas. -Exhaló el humo de su cigarrillo, sin apartar la vista del documento de la agente de información-. La casa de Muizenberg, el Pinzgauer de la agencia ATD, la cuenta en el extranjero: parece que Terreblanche vuelve a estar en activo.

– Sí. El objetivo de la operación ya no sería el de intoxicar a la juventud como en tiempos del apartheid, sino eliminarla, pura y simplemente: la base de tik para enganchar al consumidor, y el virus para matarlo…

– Basson ya estudió el tema -comentó Brian-. ¿Crees que el cerdo ése está en el ajo?

Al otro lado de la mesa, con la nariz metida en un batido que no era precisamente lo que más le convenía dado su sobrepeso, Janet Helms se hacía la misma pregunta.

– No -dijo Neuman-. Basson está demasiado vigilado. Pero Terreblanche sí está metido en esto. El y sus cómplices.

– ¿Debeer?

– Entre otros.

La foca, que llevaba media hora tumbada al sol en el muelle, se zambulló en el agua, ante la admiración de los curiosos. El camarero le pidió a Epkeen que apagara su cigarrillo (era una terraza para no fumadores), pero éste lo mandó a paseo.

– Vale -resumió-. Supongamos que Terreblanche y sus compinches han fabricado una droga mortal y han utilizado a la banda de Gulethu para venderla por toda la costa. Supongamos que la casa de Muizenberg ha sido su escondite, que la banda estuviera encargada de vigilar los alrededores y que levantaran campamento al acercarnos nosotros, dejando algunos cadáveres en el sótano para alejarnos de la pista verdadera… Supongamos también que Simón y su banda fueran también pequeñas piezas del engranaje: bastaba un poco de tik o de Mandrax para controlarlos. ¿Para qué querrían administrarles a ellos también esa porquería de droga?

– Para limitar su esperanza de vida -dijo Neuman-. El período de incubación del virus es demasiado largo para que pudiéramos encontrarlo en Nicole o en Kate -explicó-, pero el surfista de False Bay y Simón contrajeron el mismo virus hace varias semanas: una cepa de sida, introducida en la droga… Eso significa que todas las personas que consumieron el producto están hoy infectadas. Sin un tratamiento rápido, les quedan sólo unos pocos meses de vida…

– Entonces el objetivo no eran los jóvenes blancos de la costa, sino los chavales del township.

– Eso parece.

Janet Helms tomaba apuntes en su libreta, con el regusto dulce del batido en los labios. El afrikáner soltó un taco para el fondo de su espresso.

– ¿Y dónde está Terreblanche?

– Por el momento, en ninguna parte -dijo Neuman.

– No he encontrado nada en los ficheros de la SAP -confirmó la mestiza-, ni en los diferentes servicios administrativos o médicos. Tan sólo una nota en los archivos del ejército.

– ¿Y eso cómo puede ser?

– Es un misterio -dijo-. Terreblanche tiene acciones de empresas sudafricanas pero hace años que ya no reside aquí. Me ha resultado imposible localizarlo en el extranjero. He rebuscado en los archivos del ejército, pero no hay prácticamente nada sobre éclass="underline" sólo su hoja de servicios y su participación en el Project Coast del Doctor Muerte.

– Siempre podemos tratar de hablar de este asunto con el fiscal general para que abra una investigación -propuso Epkeen.

– Nos mandaría a hacer gárgaras -dijo Neuman-. No tenemos nada, Brian: sólo información obtenida de manera ilegal y un organigrama de hace veinte años sobre un asunto definitivamente archivado. Comprar una casa mediante una cuenta en el extranjero o patrullar en Pinzgauer la noche de un homicidio no es un delito que se pueda perseguir: necesitamos pruebas.

Por la megafonía, una voz grabada invitaba a los turistas a no aventurarse fuera de las verjas del complejo comercial, como si una horda de delincuentes estuviera esperando para desvalijarlos. Epkeen se encendió otro cigarro.

– Puedo ir a buscarle las cosquillas a Debeer -dijo.

– Con eso corremos el riesgo de alertar a Terreblanche -objetó Neuman-. No quiero que se nos escape… Janet -dijo, volviéndose hacia el aspirador de batidos-: trate de dibujarme el organigrama de los colaboradores de Basson en Project Coast, con sus coordenadas y toda la información que logre encontrar. Terreblanche pudo contratar a antiguos químicos para este asunto. Busque en los ficheros de los servicios especiales, en los del ejército… Poco importa cómo lo consiga.

Janet asintió por encima de los restos de batido. Sería capaz de piratear los ordenadores del Pentágono si se lo pidiera.

– ¿Puede introducirse en las redes informáticas sin dejar rastro? -quiso saber.

– Pues… sí… Con las contraseñas y un ordenador seguro lo tendría que conseguir… Pero, en fin, es arriesgado, capitán…

Se jugaba la carrera, a fin de cuentas.

– Ha habido demasiadas filtraciones en este caso -dijo Neuman-. Si la muerte de Kate fue una puesta en escena para acusar a Gulethu y cerrar el caso, eso significa que Terreblanche y sus cómplices tuvieron acceso a los informes de autopsia de la morgue. O incluso a nuestros propios ficheros.

– Pensaba que eran seguros -observó Epkeen.

– Los archivos del ejército que ha consultado Janet también lo son.

Brian hizo una mueca de amargura. La corrupción afectaba a todos los peldaños de la sociedad, desde el particular que compraba en la calle mercancía robada hasta las élites del poder: evasión fiscal, fraudes, irregularidades, tejemanejes financieros, dos terceras partes de los dirigentes estaban implicados.

– Janet, ¿se ve capaz?

La mestiza asintió con la cabeza, con rigidez militar.

– Sí, capitán.

Como una buena soldadita.

– De acuerdo: usted se ocupa de Project Coast. Brian, tú date una vuelta por la agencia de Hout Bay. Mira si puedes encontrar algo, documentos, lo que sea. No es casualidad que el 4x4 estuviera en las inmediaciones de la casa de Muizenberg, y si se han expuesto a dejar cadáveres en el sótano es porque querían esconder otra cosa.